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jueves, 9 de marzo de 2017

Desencanto solidario

DESENCANTO SOLIDARIO


Esta mañana he saltado de la cama como un resorte. Con ese típico impulso solidario que te embarga cuando se anuncia la primavera.
“Ya te vale”, me he dicho, “de disparar a todo lo que se mueve a nivel sociopolítico. Pareces un tertuliano. ¡Qué cómodo es poner a caer de un Audi blindado a los sacrificados cargos públicos! Más útil sería proponer soluciones”.
En consecuencia, a partir de ahora mismo dejaré de abstenerme en los comicios cada cuatro (o menos) años. Confieso haber ejercido erróneamente mi compromiso democrático. ¡Decido mojarme! Para empezar a hacerlo, me doy  una ducha más prolongada que la habitual.
Mens sana in corpore Sanex canturreo  mientras me enjabono. (He llegado a un acuerdo con algunas marcas de prestigio para hacer publicidad encubierta de sus productos en esta pagina. Confío en burlar una vez mas el control del redactor jefe. Corruptelas peo-res se han visto).
El propósito de ser valioso para la comunidad ofrece un amplio abanico de posibilidades. Desde los partidos políticos a las ONG. Desde el reparto de alimentos caducados a la lucha contra la disfunción eréctil. Es preciso hacer una elección rigurosa para no agobiarte, filantrópicamente hablando.
He optado por entrar en política, movido por mi repentina vocación de servicio a la comunidad. ¿Política y servicio? Desde que tengo tardío uso de razón, soy aficionado a los oxímoron (sea cual sea el significado de esta palabreja).
“No hay nada más noble que contribuir a un mundo mejor”. Esta será la frase que guíe a partir de ahora mi trayectoria vital.
Pues voy y recibo la primera en la frente.
Ninguno de los partidos que componen el espectro, desde la extrema izquierda populista a la socialdemocracia vergonzante, haciendo escala en la ultraderecha liberal, me ha admitido en sus filas. Ni siquiera mendigando las tareas más humildes. Las respuestas han sido similares, al margen de la ideología tanteada. Condenso las principales:
“Lo sentimos, pero la pegada de carteles está subcontratada desde siempre”.
“¿Servir vasos de agua a los diputados? Es función exclusiva del cuerpo de ujieres. Un cualquiera como tú no está preparado para esa responsabilidad”.
“¿Hacer de correveidile? Las redes sociales han sustituido esta tarea prácticamente a coste cero. Gran ejemplo el de Donald Trump, gobernando a golpe de tuit”.
“¿Salir en los mítines como figurante detrás de los oradores? No eres, Julius, ni telegénico ni discapacitado. Careces del feeling necesario”.
“Que te prestes a llevar el maletín Versace del secretario general, o el bolso Hermés de la ministra, se contemplaría negativamente por el núcleo duro. Terminarías­ quedándote con  la cartera y moviéndoles el sillón”.
Superada mi depresión por el choque entre realidad e idealismo, hago un intento postrero para integrarme en el mundo ONG.
Mis contactos me dirigen hacia la sede de la Fundación Aga Khan en Ginebra. Según me informo previamente, se dedica a desarrollar y promover soluciones creativas a los problemas que impiden el desarrollo social, especialmente en Asia y África Oriental. Es decir, a nada que funcione en la vida real. Insuflaré savia nueva con mis propuestas.
Me recibe la coordinadora, una rubia madura con aire melancólico. Poco ocupada en apariencia. He leído que un buen candidato debe practicar la empatía, por lo cual me pongo en su situación emocional.
—Disculpe –tanteo–, su rostro me resulta conocido. ¿Ha salido en la tele?
Me dedica un gesto altivo. De inmediato tres forzudos guardaespaldas me sacan en volandas y me arrojan a la fría calle





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