DESENCANTO SOLIDARIO
Esta mañana he saltado de la cama como un resorte. Con ese típico impulso solidario que te embarga cuando se anuncia la primavera.
“Ya te vale”, me he
dicho, “de disparar a todo lo que se mueve a nivel sociopolítico. Pareces un
tertuliano. ¡Qué cómodo es poner a caer de un Audi blindado a los sacrificados
cargos públicos! Más útil sería proponer soluciones”.
En consecuencia, a
partir de ahora mismo dejaré de abstenerme en los comicios cada cuatro (o menos)
años. Confieso haber ejercido erróneamente mi compromiso democrático. ¡Decido
mojarme! Para empezar a hacerlo, me doy una ducha más prolongada que la
habitual.
Mens sana in
corpore Sanex canturreo mientras me enjabono. (He llegado a un acuerdo
con algunas marcas de prestigio para hacer publicidad encubierta de sus
productos en esta pagina. Confío en burlar una vez mas el control del redactor
jefe. Corruptelas peo-res se han visto).
El propósito de ser
valioso para la comunidad ofrece un amplio abanico de posibilidades. Desde los
partidos políticos a las ONG. Desde el reparto de alimentos caducados a la
lucha contra la disfunción eréctil. Es preciso hacer una elección rigurosa para
no agobiarte, filantrópicamente hablando.
He optado por
entrar en política, movido por mi repentina vocación de servicio a la
comunidad. ¿Política y servicio? Desde que tengo tardío uso de razón, soy
aficionado a los oxímoron (sea cual sea el significado de esta palabreja).
“No hay nada más
noble que contribuir a un mundo mejor”. Esta será la frase que guíe a partir de
ahora mi trayectoria vital.
Pues voy y recibo
la primera en la frente.
Ninguno de los
partidos que componen el espectro, desde la extrema izquierda populista a la
socialdemocracia vergonzante, haciendo escala en la ultraderecha liberal, me ha
admitido en sus filas. Ni siquiera mendigando las tareas más humildes. Las
respuestas han sido similares, al margen de la ideología tanteada. Condenso las
principales:
“Lo sentimos, pero
la pegada de carteles está subcontratada desde siempre”.
“¿Servir vasos de
agua a los diputados? Es función exclusiva del cuerpo de ujieres. Un cualquiera
como tú no está preparado para esa responsabilidad”.
“¿Hacer de
correveidile? Las redes sociales han sustituido esta tarea prácticamente a
coste cero. Gran ejemplo el de Donald Trump, gobernando a golpe de tuit”.
“¿Salir en los
mítines como figurante detrás de los oradores? No eres, Julius, ni telegénico
ni discapacitado. Careces del feeling necesario”.
“Que te prestes a
llevar el maletín Versace del secretario general, o el bolso Hermés de la
ministra, se contemplaría negativamente por el núcleo duro. Terminarías
quedándote con la cartera y moviéndoles el sillón”.
Superada mi
depresión por el choque entre realidad e idealismo, hago un intento postrero
para integrarme en el mundo ONG.
Mis contactos me
dirigen hacia la sede de la Fundación Aga Khan en Ginebra. Según me informo
previamente, se dedica a desarrollar y promover soluciones creativas a los
problemas que impiden el desarrollo social, especialmente en Asia y África
Oriental. Es decir, a nada que funcione en la vida real. Insuflaré savia nueva
con mis propuestas.
Me recibe la
coordinadora, una rubia madura con aire melancólico. Poco ocupada en
apariencia. He leído que un buen candidato debe practicar la empatía, por lo
cual me pongo en su situación emocional.
—Disculpe –tanteo–,
su rostro me resulta conocido. ¿Ha salido en la tele?
Me dedica un gesto
altivo. De inmediato tres forzudos guardaespaldas me sacan en volandas y me
arrojan a la fría calle
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