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viernes, 2 de junio de 2017

El procés





















“Nos ignoran como si fuéramos invisibles, Julius, a pesar de que nos esforzamos en presentar ante el mundo, Díada tras Díada, banderas multicolores y frases rotundas en inglés”


Mi primo Jordi de L´Hospitalet está empeñado en que me adhiera al reconocimiento de la futura República de Catalunya, empezando por admitir un referéndum donde él pueda expresarse libremente. Mi trato con Jordi siempre ha sido excelente desde aquella infancia, más o menos tierna, cuando nos veíamos en vacaciones y jugábamos a la baldufa en su carrer o (lo que es igual), a la peonza en su calle. 

Ni siquiera nuestras preferencias respectivas por los colores azulgrana y blanco han podido dañar tan hermosa camaradería.

Las nuevas tecnologías arrumbaron nuestra relación presencial. Actualmente nos conectamos en exclusiva a través de las redes sociales. O sea, on line. Comprobamos lo mayores que nos estamos haciendo a través de nuestras sucesivas fotos de perfil, y premiamos nuestras paridas con repetidos “me gusta” e iconos entusiastas. Incluso compartimos opiniones sesudas, junto a fotos graciosas de gatitos, con centenares de amigos a quienes nunca conoceremos de verdad. 

A pesar de esta tradición histórica de mutua convivencia, no consigo convencerlo de que mi opinión personal sobre su soberanía no tiene la menor influencia en el tablero sociopolítico. Le insisto por ello en que reenvíe sus tuits reivindicativos a personas con mayor capacidad de decisión, como pueden ser @marianorajoy o @Sorayaapp. 
Pero Jordi ha perdido la esperanza. Me lo indica a continuación en el chat de Facebook. 

—Sería inútil, Julius. No hay más que comprobar la respuesta nula a la cantidad de veces que hemos coincidido, de forma espontánea, entre 900.000 y 1.400.000 manifestantes (entre 80.000 y 140.000 según la Delegación del Gobierno de Madrid). Pasan de nosotros. La situación se ha paralizado desde que Felipe V invadiera Barcelona. Tres siglos y un Felipe después, las cosas han llegado al límite. Nos ignoran como si fuéramos invisibles, a pesar de que nos esforzamos en presentar ante el mundo, Díada tras Díada, banderas multicolores y frases rotundas en inglés. 
Se me ocurre una idea genial para desbloquear la situación.

—Creo que existe un justo término medio entre los grandes movimientos de masas y los mensajes de 140 caracteres –tecleo–.

—¿Qué me estás queriendo decir, primo? –teclea a su vez–.

—Escribe un libro sobre la problemática. En formato ebook para los modernos, y en papel para las élites y para quienes odian las tablets

Jordi está dotado de un seny meteórico. Al cabo de un par de semanas recibo en mi correo el siguiente mensaje.
“Título de la novela-ensayo, El procés. Traduzco la sinopsis. Una mañana una pareja de la Guardia Civil llama a la puerta del conseller Josep K. Lo detienen sin leerle sus derechos y sin explicarle la causa. A partir de ahí, Josep se debate en una pesadilla judicial, que dura varios años y se materializa en miles de folios. De nada le sirve declarar su inocencia ante sucesivos tribunales, a cuál más siniestro, y exponer que siempre ha cumplido la ley y se ha ceñido al mandato de la ciudadanía. 

Finalmente lo acusan de los delitos de desobediencia y prevaricación. Un fiscal, que oculta su rostro en una sala tenebrosa, pide que le impongan una pena de diez años de inhabilitación para ejercer cargos públicos en cualquier ámbito.

Le condenan, pero recurre a las más altas jurisdicciones, llegando en última instancia al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Justo el día en que recibe la sentencia favorable, la Tierra sufre el calentamiento global definitivo y se consume entre llamas. 

Espero que remueva las conciencias constitucionalistas, antes de que sea tarde. ¿Qué te parece?”


Pincho “responder” y escribo:

—Kafkiano, Jordi.

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