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lunes, 3 de julio de 2017

Mociones de censura




Asesinato de Julio César

























“La oposición, o parte de ella, ha encontrado en las mociones de censura una válvula de escape para llamar felónpérfidodeslealinfamemiserable e irresponsable al alto cargo fustigado. El alto cargo fustigado aguanta impávido las invectivas. Elude responder, yéndose —en sentido metafórico— por los cerros de una preciosa localidad que es Patrimonio de la Humanidad: Úbeda.

Cada cual cumple con su papel y los periodistas parlamentarios obtienen jugosos titulares para adornar sus aburridas crónicas, sabiendo que nadie las lee.

La cosa pública, por su parte, sigue tal como estaba. Es decir, los altos cargos se crecen al castigo, y continúan en sus puestos, inasequibles al desaliento y con los bríos renovados”.

Este párrafo, que publico en exclusiva, pertenece a un estudio más amplio, que estoy redactando con el título de Las mociones de censura desde la Antigüedad hasta nuestros días.

Se podrá objetar, con cierta razón, que este mecanismo de reconvención no existía en nuestro país hasta bien entrado el siglo XX, con el advenimiento de la democracia que tanto nos ha costado consolidar, para que ahora vengan unos descamisados e intenten destruir los cimientos del sistema con sus ocurrencias, mientras el Gobierno hace un enorme esfuerzo para solucionar los problemas serios de verdad.

Adolfo Suárez, Felipe González y Mariano Rajoy han sido los afectados más relevantes en los tiempos modernos, sin que se desencajara su semblante ni su sillón. Pero, según revela mi investigación en profundidad, en la Antigüedad tuvieron lugar mociones de censura mucho más radicales que las actuales.

La más conocida se produjo en los idus de marzo del año 44 antes de Cristo. Un grupo de opositores aborda a Julio César cerca del Senado y, al no conseguir que dimita por las buenas, lo apuñalan hasta veintitrés veces.
Las cuchilladas verbales de Gabriel Rufián son pellizcos de monja en comparación con las inferidas por Marco Junio Bruto y su peña al exnovio de Cleopatra.

Retorno a la actualidad palpitante para no perderme en disquisiciones historicistas.

La aportación más importante de mi informe, consiste en reseñar el repetido uso de estadísticas oficiales favorables para dejar en agua de borrajas las mociones de censura. Es como un bombardeo de misiles macroeconómicos. Hay un misil infalible: “Crecemos muy por encima de la media europea”, que nadie se molesta en desmentir. Con esta arma mortífera se pulveriza al diputado que ha osado preguntar: “¿Es cierto que su señora, hermanos y primos cobran de la Administración por la patilla?”.

El detalle del supercrecimiento es cierto, pero tiene trampa. Me la descubre un amigo a quien he dejado el borrador para que lo corrija:

“Tal afirmación se podría rebatir, alegando que cuando un pigmeo de 1,10 metros de estatura crece 11 centímetros, supone un porcentaje del 10%. Mientras que cuando un gigante de 2 metros aumenta 5 centímetros, equivale al 2,5%. Y sigue siendo mucho más alto”.

Sabe de lo que habla. Ha trabajado en el Instituto Nacional de Estadística hasta que lo echaron por montar una red paralela. Ofrecía sus servicios a empresas privadas durante su horario laboral. Lo descubrieron cuando utilizó los mismos datos para dos clientes competidores, demostrando una cosa y la contraria.

Y eso que su destino estaba marcado desde que lo parieron. Había nacido para estadístico. Sus padres, Doroteo Término y Águeda Medio, decidieron bautizarle como Justo. Ganó las oposiciones con solo decir al tribunal su nombre y apellidos.
Hoy en día trabaja como pinche en la cocina del Centro Nacional de Investigaciones Sociológicas.

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