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lunes, 12 de marzo de 2018

LA JUBILACIÓN DE RAJOY
























Las yayaflautas y los yayoflautos han dejado a los niños en las guarderías y  se han lanzado a las calles con un grito de guerra que compara el 0,25 por ciento de la subida en sus pensiones a una boñiga, con perdón de Báñez y de Montoro. 

Llevan prendido en el chaleco reflectante un lacito marrón, símbolo de esa materia fecal que, según ellos, les regala cada año Rajoy haciendo un esfuerzo presupuestario tan enorme como si sufriera estreñimiento y, finalmente, evacuara una cagarruta para cada jubilado. 

Pero se equivocan al zaherir al presidente del Gobierno, considerándolo ajeno a sus reivindicaciones. El jefe del Ejecutivo  cumplirá en breve 62 años y estará a cinco de abandonar la vida activa. O no. En cualquier caso deberá afrontar la tercera edad con sus ahorros. Y, como todo prohombre emérito, dispondrá de ciertas gabelas anejas a su brillante carrera. Al igual que cualquier abuelo de vecino. O no. 

Podría afirmarse que Rajoy ha de enfrentar una problemática similar a la de millones de contribuyentes llegados a la tercera edad. Cada mañana, luego de hacer las abluciones y otras necesidades propias de su rango, se contempla en el espejo y se dice a sí mismo con gesto afligido: 

“Miren ustedes, ya quisiera yo hacer como Felipe quien, entre 2004 y 2011, incrementó la pensión mínima de  jubilación a los 65 años en un 50,8 por ciento con cónyuge a cargo y un 36 por ciento para quienes no lo tenían. Pero los viejos españoles son cada vez más viejos y mucho españoles”. 
Viri, esa gran mujer que hay detrás de cada hombre grandote, le llama entonces desde el comedor para  atenuar melancolías tan galaicas. 

—¡Mariano, no te hagas mala sangre! ¡Ponte el chándal y ven, que se enfría el desayuno! 

Acude a la mesa meditabundo, sin poder alejar de la mente la obsesión que no le permite dormir más de ocho horas seguidas. Rumia sus preocupaciones mientras recorre, braceando airosamente a paso ligero, los pasillos monclovitas. 

Una vez a la mesa, el matrimonio sopesa los pros y los contras de la próxima jubilación. Como es bien sabido, Rajoy nunca se ha ocupado de las cuentas. Ni de las del partido, ni tan siquiera de las suyas. Pregunta a su cónyuge: 
—¿Crees, Viri, que tendremos lo suficiente para llegar a fin de mes? 

La esposa enciende la tablet y abre una hoja Excel. 
—A ver… las casas de Madrid, Pontevedra y Gran Canaria… La oficina de Pontevedra… Entre fondos, acciones y seguros, como 800.000 euros. Que yo sepa, Mariano. No habrás hecho la tontería de guardar algo en B. 

—Ni idea. Solo sé que todo lo que se ha publicado es falso, salvo una cosa. ¿Qué se te ocurre para llevar una vida digna? 

—Hombre, si quieres seguir sin trabajar demasiado tienes el Consejo de Estado y el Registro de Santa Pola. Aburrido pero seguro, y te puedes jubilar a los 70 años. 

—Mucho calor en Alicante, cariño. Prefiero la brisa atlántica. 

—Podríamos pasar el invierno allí y el resto del año entre Madrid y Pontevedra. Sacamos la tarjeta dorada de Renfe, y a viajar de punta a punta. 

—¿No sería mejor lo que aconseja Luis María Linde, vender inmuebles e invertir en activos financieros? 

—Ni se te ocurra, ¿te acuerdas de cuando Rodrigo se empeñaba en que liquidaras todo y compraras las preferentes de Caja Madrid porque te ibas a forrar y de paso dabas ejemplo a los españoles? 

—Qué razón tienes, cielo. Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo, beneficio político. 


—Ve a darte unas carreras por los jardines. Dentro de un rato tienes Consejo de Ministros y así aclaras ideas. Te veo algo espeso.

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