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viernes, 25 de mayo de 2018

QUIMTERAPIA


















Han transcurrido unos quince días desde que Carles Puigdemont nombrara al nuevo president de la Generalitat de Catalunya. Dado que el designante mantiene el mismo cargo del sucesor, se produce una bicefalia aguda que provoca doble dolor de cabeza a unionistas y secesionistas, inmersos en un procés interminable que celebrará su 304 aniversario el próximo 11 de septiembre… y lo que te rondaré, Moreneta
Evitaré cualquier juicio a favor o en contra de Quim Torra i Pla. Bastantes sentimientos de repulsa o de fervor suscita el hombre, como para que mi tecla contribuya a agravar los enfrentamientos civiles por un quítame allá esas cruces amarillas en la playa.
Animo a los interesados en el pensamiento sintético de Torra, y que no tengan tiempo para zambullirse en su profusa obra literaria, a que pinchen aquí. Encontrarán su perfil tuitero. Pero no se hagan ilusiones. Los mensajes vitriólicos se han evaporado, a causa de la cura de continencia que suele afectar a los líderes impulsivos cuando tocan poder. 
¡Tantos de ellos pasan de Sancho el Bravo a Sancho el Fuerte para acabar en Sancho Panza! O como he leído, precisamente en Twitter, aunque no me lo creo: “Si alguna de las cosas que escribí en Mein Kampf  ha ofendido a algún judío, pido disculpas porque no era esa mi intención”.
Lo más agresivo que ha declarado el copresident desde su investidura ha sido (traduzco): “Pronto desde el Estado llamarán a mi mujer para decirle lo que tengo que cenar”. Tampoco justificaría que le cite el juez Llarena en calidad de investigado, ni que Torra se declarase en huelga de hambre. 
Siempre caben el diálogo y la negociación. El Estado podría liberar a Carola Miró de los fogones, elegir los menús en el restaurante de Carme Ruscalleda (tres estrellas Michelin), y pagarlos con cargo al Fondo de Liquidez Autonómica. La pela es la pela.
Cuando más atascado estaba en la redacción de esta pieza (la equidistancia es enemiga de la inspiración), recibo una llamada de mi peluquero, Jean François de la Promenade. Su nombre auténtico es Paco Fernández López, pero un esteticista debe renegar de su identidad para hacerse valer. Es un experto en tratamientos dermatológicos de la clase dirigente, y me aporta la exclusiva que echaba de menos.
—Entre tanto mareo político —me dice de golpe—, hay un detalle que nadie ha hecho notar sobre Quim Torra. Debería hacérselo mirar por cuestiones glamurosas. Es una cuestión de piel. 
—No frivolices, Jota Efe. En ningún caso voy a ejercer ese periodismo del famoseo que tanto pone a tus clientas.  
—Estás muy equivocado —replica—. Donald Trump mima la epidermis y ha ganado millones de votos con su coloración zanahoria. El cutis del president también debe cuidarse, y yo estaría dispuesto a hacerlo en aras de la convivencia.
—Explícate mejor —le apremio.
—¿No te has fijado en esos carrillos color café con leche, que parecen oscurecerse justo cuando declama con tono suave y condescendiente? 
—Bueno, sí —respondo desconcertado— ¿Y qué importancia tiene para un dirigente con profundas convicciones?
—Mucha importancia. Se deben a un melasma malar; en cristiano, una hiperpigmentación que afecta a los mofletes. Es frecuente en latinos, mulatos y mestizos. Altera la piel y puede provocar un impacto psicoemocional y social nada deseable. 
—Ahora sí te entiendo, Jean François. Y más teniendo en cuenta que citas etnias manifiestamente inferiores.  
—Ahí le has dado. Si me facilitas el contacto, tengo un tratamiento con láser que pondrá su rostro como el de un bebé rubio y de ojos azules.
—Veré que puedo hacer, pero no te prometo nada —termino para rematar la crónica.