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viernes, 9 de febrero de 2018

POR QUÉ ESCRIBO DE TOROS Y NO DE FEMINISMO



































¿Lo peor que se puede ser actualmente en nuestro país? Torero y de derechas. Suscita la animadversión de los separatistas, de la izquierda no taurina, de los animalistas, de las feministas... y de otros grupos que pueda imaginar el lector, porque no doy para más. Representa la España más negra, según sus detractores.

Prototipos del machismo irredento, los diestros (ya los define ideológicamente este sinónimo) atraviesan una coyuntura crítica, que quizás sea el principio de un final paralelo a la desaparición de su víctima: el toro de lidia. Tal vez influya que los jubilados, gran público objetivo del espectáculo, tengan que dar de comer a sus nietos en lugar de comprar un abono para la feria madrileña de San Isidro. 

Así que el negocio va de capa caída, nunca mejor dicho. Pocos son los matadores que hoy en día consiguen comprarse el Mercedes y el latifundio que, desde siempre, han caracterizado el éxito en la profesión. La mayoría de estos profesionales languidece en plazas de tercera categoría, y sufre las iras de organizaciones como La tortura no es cultura, cuyos integrantes zahieren a los atribulados espectadores, e intentan boicotear la corrida haciendo escrache a los toreros.

Ya no vive un escritor como Hemingway, que promocionó universalmente la tauromaquia. Y, de existir,  sería tachado inmediatamente de nazi sanguinario.

Un momento, ¿qué hago escribiendo sobre la tauromaquia, cuando mi propósito era opinar sobre los movimientos feministas? Noticias de última hora, como la sustitución de azafatas ligeras de ropa por niños menores de edad en la Fórmula 1, o como el acoso a desnudos de mujeres en las pinacotecas, me habían animado en principio a analizar en profundidad el fenómeno y sus reivindicaciones más recientes.

Ha sido el profesor Metodio Jodorowsky quien, como casi siempre, me ha disuadido de tan peregrina idea. Nombrado hace poco presidente del #colectivomya (misóginos y andrófobas), responde así a mi petición de asesoramiento a través de Signal (el servicio de mensajería secreta que utiliza Puigdemont para que se entere todo el mundo):

“¿Has perdido la razón, Julius? ¿Quieres arruinar aún más tu carrera, de por sí deplorable? Escribas lo que escribas sobre el feminismo, te machacarán. En este conflicto no caben las equidistancias. O sea, para que me entiendas, una (o dos) de las tres Españas ha de helarte el corazón”.

“Muy machadiano le veo, maestro, a estas horas de la madrugada —respondo—. ¿Cuál es la tercera heladora, además de la progresista y de la conservadora?”.

Su razonamiento es irreprochable.

“Don Antonio no podía imaginar que millones de personas pasarían el día frente a una pantalla. Son la España que no sabe/no contesta. Sus miembros y miembras nunca dan la cara. Se inventan un nick, abren cuentas en las redes sociales y te ponen a parir hasta aniquilarte”

Transcurren tres segundos interminables, hasta que me envía otro mensaje. Deduzco que está bolinga. A estas horas habrá trasegado una botella de vodka en chupitos.

“¿Sabes que un grupo radical ha pedido la quema de El rapto de Europa que está en el Museo Del Prado?”

“Lo ignoraba. ¿Tiene que ver con el Brexit o con el Catexit?”, pregunto, ingenuo.

“¡No, por Zeus! Se acusa al cadáver de Rubens de mostrar a un animal tan noble como el toro cometiendo dos crímenes nefandos: el secuestro y la violación de una mujer prácticamente en bolas. Un ataque a la dignidad de ambos, según el escrito presentado por la parte querellante”.

Por eso he preferido escribir de toros y no de feminismo.