Mi padre aborrecía los latinajos. «Trucos para sangrar pardillos», decía despectivo. Aclararé que regentaba un pequeño
restaurante. En la carta, un surtido de setas de temporada para chuparse los
dedos. Al “boletus edulis” le llamaba
boleto a secas, y al “lactarius deliciosus”, níscalo como todo el mundo. Desdeñaba
la nueva cocina, pero ponía en los pucheros todo su oficio para satisfacer a
una fiel clientela. Durante años colaboré como pinche en el negocio, sacando
tiempo de donde no lo había para estudiar Filología clásica. Cuando el viejo
decidió que había llegado mi turno al frente del restaurante, repliqué que
quería ser profesor. «No volveré a
los fogones ni aunque lo mande el sursum corda», argumenté torpemente. Se montó el cirio y tuve que
refugiarme en la despensa, mientras los platos sobrevolaban mi cabeza. Treinta
años después, planeo abrir una tasca de
diseño a la que bautizaré Totus revolutum. Por el revuelto de setas, como diría mi padre.
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viernes, 24 de marzo de 2017
domingo, 19 de marzo de 2017
La momia
«El escrito de la autopsia es
concluyente: una fractura en la base del cráneo, que no ha soldado, revela un certero
golpe con un objeto punzante», leyó el eminente forense y egiptólogo en la multitudinaria rueda de
prensa. «¿Puede ampliar esta declaración?», preguntó una rubia con pinta de
becaria. «Las pruebas de ADN
determinarán, con gran exactitud, el tiempo que llevaba enterrado» respondió
el especialista. «¿Se trata de un
magnicidio sin testigos, como se ha filtrado?», inquirió un veterano periodista de sucesos. «Sin comentarios», dijo el
forense, que tenía alergia a los gacetilleros. «¿Es tarde para
hacer justicia?», contraatacó la rubia. «Calculo que el crimen habrá prescrito hace unos cuantos milenios», replicó
con sorna la autoridad en Arqueología. «Pero como no soy jurista debería consultar
a un abogado, o bien trasladar su duda a un juez de la Audiencia Nacional».
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