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miércoles, 22 de febrero de 2017

Feria del Libro de Madrid: Sudores, firmas y orgasmos

Hace más de dos años publiqué este artículo en un blog hoy desaparecido. Lo rescato. ¿Merece la pena el trámite de firmar tus obras en cualquiera de las ferias librescas que funcionan por España? ¿Significan de verdad un contacto directo con los lectores, o solo provocan dolor de muñeca al sufrido autor? 


Con la feria del Libro de Madrid mantengo una relación de amor-odio discontinua. Discontinua porque no soy asiduo. Como comprador prefiero visitar una buena librería antes de caminar varios kilómetros, entre muchedumbres compulsivas que llenan bolsas de papel con los folletos que recogen en cada caseta. Apuesto a que la recolección de folletos es muy superior a la compra de libros.
Como escritor siento cierta compasión al ver a tanto autor estabulado en apenas un metro cuadrado de superficie. Da igual que genere expectación masiva, o que espere con resignación a que alguien desconocido le pida que estampe su autógrafo. Puede suceder que los familiares y amigos convocados al evento acudan a comprarle lo que generalmente le piden gratis. 
Hablo con conocimiento: me han  estabulado en dos ocasiones a lo largo del tiempo. La primera en 1991. Acababa de publicar “La guía del perfecto tramposo en la empresa” con Ediciones Tutor, una de las pocas editoriales con las que he mantenido buena sintonía. Revivo dos imágenes como si fuera ayer. Hacía un calor infernal y yo había cometido el absurdo error de vestir ropa de invierno. En plenos sudores aparecieron dos primas mías a quienes no veía desde la niñez. Habían escuchado mi nombre por megafonía y acudieron arreboladas para consolar al acalorado primo escritor. 
No repito hasta 2014, justamente el año pasado. Dos semanas antes de la feria se me ocurre que sería bueno acudir para promover tres de mis novelas: las dos policiacas del comisario Valdeón y “El escritor caníbal”. Con una celeridad que me sorprende a mi mismo, convenzo a un editor amigo para que haga una tirada express, y conecto con una distribuidora que me presta el sucinto espacio donde estirar los codos. Una tarde agradable de la que reproduzco testimonio gráfico. Se ve a un amigo de mi hijo Nacho, cámara de televisión como él, filmando un video que subí a youtube. Todo tan instantáneo como exigen los nuevos tiempos. A destacar el espléndido flequillo que luzco en la imagen, a juego con el poblado bigote. 


Antes di una vuelta por la larga avenida en cuyas dos orillas se prolongan las casetas. Rememoro una cola larguísima frente a una escritora de verdad, Almudena Grandes. Y otra, nutrida por nerviosas adolescentes, frente a Blue Jeans, autor mediático cosechador de trending topics (realmente se llama Francisco de Paula Fernández, y es de Carmona). 
Mi primer encuentro y/o desencuentro con este asunto ferial se remonta a 1972, si no me engaña la memoria. Trabajaba entonces en el semanario Blanco y Negro como redactor todoterreno. Me encargaron un reportaje sobre la feria. Entre otros hitos referí que el ensayo  “La función del orgasmo”, del psicoanalista freudiano Wilhem Reich, estaba entre las obras más vendidas según las estadísticas oficiales. Así se publicó. 
No podéis imaginar la que se organizó en la editora de ABC, empresa monárquico-franquista entonces y conservadora hasta el tuétano. Pertenecía a la familia Luca de Tena. Fui severamente reprendido por director y subdirector. 
«Arriba —señalaban al techo artesonado— consideran inconcebible que la palabra orgasmo aparezca en esta revista»
Se percibía el apuro cuando la deletrearon. Me dijeron que la reprobación más dura había partido de María Luisa Luca de Tena, señora a quien jamás tuve oportunidad de conocer pero con gran poder en las alturas. Era costumbre que la clase aristocrática no se mezclara con la plebe redaccional  a sus órdenes. Por ello utilizaban emisarios para transmitir sus quejas.
Deduje que la dama ignoraba lo que era un orgasmo en la práctica y, por ello, confundía el término con alguna expresión pornográfica. Pasado el sofoco resultó que mi reportaje obtuvo un premio otorgado por la Feria del Libro. Consistía en un paquete voluminoso de obras más o menos descatalogadas. Entre ellas una monografía sobre las células humanas sin ninguna referencia al orgasmo.
           




lunes, 20 de febrero de 2017

Mi homenaje a Sinuhé el egipcio

Haciendo limpia en los modernos cajones que son los archivos informáticos, encuentro este artículo. Quedó sin publicar en uno de esos blogs comunitarios que aparecen y desaparecen a la velocidad de la luz. Lo rescato, dándole nueva vida. 

Más de un lector sabrá definir con precisión qué es la novela histórica. Yo me pierdo en la búsqueda de sus características. Lo explico. Ignoro, por ejemplo, en qué punto un libro sobre hechos o personajes históricos puede considerarse novela o ensayo. Novela es ficción, dicen, pero resulta que todos los ensayos o tratados históricos —no ficción, se supone— se han escrito con mirada subjetiva, con datos que no siempre son fiables y, en su mayor parte, contaminados por los prejuicios del autor.
Si además damos por cierto que la historia la escriben los vencedores, ocultando lo que no conviene a su ideología o intereses, llego a la conclusión muy personal de que todo lo que tiene que ver con la historia es pura ficción. Sin ánimo de ofender creencias —y mucho menos de provocar reacciones fundamentalistas— me permito opinar que tanto los Evangelios como el Corán son novelas que describen unos hechos y una época. Y que fueron escritas muchos años después de que sus protagonistas murieran, con lo cual se permiten todo tipo de licencias. Sin olvidar que ambas son obras de adoctrinamiento.

La salud del alma
Abandonaré estos berenjenales para centrarme en una novela histórica que leí de adolescente. Cuando devoraba la biblioteca familiar. Había de todo. Desde la novela romántica a la policiaca, pasando por la costumbrista. Todas ellas dentro de la ortodoxia del momento, cuando la férrea censura de la dictadura prohibía a los españoles el acceso a tantos autores considerados peligrosos para la salud del alma.
Entre aquel cúmulo de novelas me viene a la memoria una, precisamente histórica: Sinuhé el egipcio, del escritor finlandés Mika Waltari. Se publicó en 1945, recién terminada la guerra mundial que segó millones de vidas y provocó el auge de la filosofía existencialista. Los intelectuales europeos se interrogaban sobre el absurdo de la existencia y Waltari participa del pesimismo en este relato sobre el Egipto de los faraones. No sé si una relectura actual me desilusionaría. En aquellos años yo no tenía la menor idea de quién era el autor, y creo que no capté del todo la ironía y el humor soterrado que impregnan la novela. Simplemente me la bebí en una horas intensas.
Reproduzco un fragmento:

«Yo, Sinuhé, he visto a un hijo asesinar a su padre en la esquina de una calle.  He visto a los pobres levantarse contra los ricos, los dioses contra los dioses. He visto a un hombre que había bebido vino en copas de oro inclinarse sobre el río para beber agua con la mano. Los que habían pesado el oro mendigaban por las callejuelas, y sus mujeres, para procurar pan a sus hijos, se vendían por un brazalete de cobre a negros pintarrajeados».




Toda una síntesis del mundo antiguo. Podría aplicarse a las crisis económicas de todos los tiempos y también al devenir de nuestras vidas, carente de lógica. Los adictos a Blade runner, reconocerán que la descripción tiene más sentido que esa frase tan sobrevalorada de la película  basada en la obra de Philip K. Dirk, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?:

«Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir».        

Sinuhé es un médico que consagra su vida a ayudar a los pobres en la ciudad de Tebas. Como individuo contradictorio no renuncia a los placeres de la vida y cae en las redes de la hermosa prostituta Nefer-Nefer. A partir de ahí cambiará su vida. No cuento más por si queréis leerla. En 1954 Hollywood hizo una superproducción con el título The egyptian. El excelente director Michael Curtiz (Casablanca) cumplió el encargo con oficio. El film se resiente de un reparto desequilibrado y apuesta por el espectáculo. Apenas queda rastro de los conflictos que atormentan al personaje.
Waltari no solo escribió novela histórica. Es un autor de gran calidad hoy olvidado. Nada que ver, lo siento, con los superventas actuales de novela más o menos histórica. Alumnos de Pérez Reverte o, peor aún,  de Dan Brown y sus códigos multiuso.

domingo, 19 de febrero de 2017

Vivir sin ella


Gracias por permitir que le cuente mi historia, de amor auténtico aunque usted opine lo contrario. La conocí como se suele conocer a la persona con quien anhelas compartirlo todo hasta que la muerte os separe. Por puro azar. 
Yo había quedado con un tipo a tomar unas cervezas en un pub, que aparece en el libro de los récords por el mayor número de marcas importadas. Me gustan las belgas con cuerpo, aromáticas. Mi amigo prefería las rubias alemanas suaves. Me refiero a las cervezas, no a las mujeres, usted me entiende. 
La mujer de mi vida estaba sentada en un taburete junto a la barra. Cosa rara, bebía una copa de vino tinto. Como mi amigo se retrasaba, no tardamos en entablar conversación. Me dijo que aborrecía la cerveza. Su padre sufrió de gota a causa de un exceso de ácido úrico.

Nos descubrimos como dos espíritus solitarios pero no insolidarios. Que tuviéramos opiniones opuestas, tanto sobre bebidas alcohólicas como sobre la vida en general, no fue un obstáculo sino un aliciente para empezar a salir. Hasta que alquilamos un apartamento pagado a medias. Por cierto, olvidaba decirle que el colega no acudió a aquella cita.  No hemos vuelto a vernos. No trago a la gente informal.
Seguro que usted sabe, por su gran experiencia, como la vida nos sorprende con giros inesperados.  Una noche se resistió a mis caricias. Era la primera vez en dos años y pico. Estoy cansada, me dijo, y se dio la vuelta en la cama. Tanto la quería que me pegué a su espalda. La besé en el cuello, confiando en despertar su deseo. 
No lo conseguí. Muy al contrario, se deshizo de mi abrazo con brusquedad. Ya no te quiero, susurró. ¿Has conocido a otro?, pregunté a punto de llorar. Eso es lo de menos, respondió, lo importante es que no puedo seguir contigo.
Nunca he soportado el desprecio. Ni de niño ni de hombre. Mucho menos de la mujer a quien más he amado. La humillación libera mis peores instintos.
Por eso la he matado, señor juez. Porque no podía vivir sin ella.