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viernes, 19 de mayo de 2017

Mujeres contra hombres y viceversa



































El Papa debería poner orden en este desmadre, pero es un blando. No tardará en permitir que las monjas lleguen a obispas y cardenalas 

Uno de los fenómenos políticos más llamativos, que amenaza con convertirse en viral, es la batalla entre un hombre y una mujer para hacerse con el poder. No lo digo yo, sino un amigo misógino radical, quien considera que han saltado todas las alarmas. Si no ata a su mujer a la pata de la cama es porque no la tiene (mujer, no pata).

Lógico. Ninguna soporta más de cinco minutos sus peroratas machistas. “Se veía venir, pero no se ha hecho nada para remediarlo”, me dice mientras contempla indignado en su smartphone el debate a tres entre Susana, Pedro y Patxi. Estamos en un club privado, de los pocos que quedan con acceso exclusivo para varones. Según avanza la discusión entre los candidatos su acaloramiento va in crescendo.

—Se empieza permitiendo que voten y terminan opositando a bomberos, jugando al fútbol, o presidiendo bancos. Y, no contentas con ello, ahora se dedican a la política. El Papa debería poner orden en este desmadre, pero es un blando. No tardará en permitir que las monjas lleguen a obispas y cardenalas.

Intento explicarle que el asunto tiene larga tradición. Que Indira Ghandi, Golda Meir, Michelle Bachelet, Cristina Fernández o Dilma Roussef, entre otras, han estado al frente de sus países respectivos y no se ha hundido el mundo.

—Sí, pero a miles de kilómetros. Yo únicamente las veía en los telediarios –replica inmune a mis argumentos–. Ahora golpean a nuestra puerta, cada vez con más fuerza. Es el fin de una civilización, que comenzó a larvarse desde la niñez, al permitir la convivencia de sexos en las aulas. Acabarán dando golpes de Estado feministas, cuando en los buenos tiempos los alzamientos nacionales eran patrimonio de la virilidad más acendrada.

Aprieta los puños cuando Díaz le dice a Sánchez: “No mientas, cariño”.

—¿Te das cuenta de la perfidia femenina, Julius? Una puñalada trapera envuelta en azúcar. Se aprovecha de su condición. Y eso que son dos contra una, en teoría. No es que me gusten estos socialistas. Con el mantra de “compañeras y compañeros” dan alas a las reivindicaciones mujeriles.

Intento consolarle. También calmar su agresividad, haciéndole la pelota.

—Yo no me preocuparía tanto. Donald le ha parado los pies a Hillary. Mariano se quitó de la chepa a Esperanza. Y Emmanuel le ha dado un repaso a Marine. Supongo que estarás contento.

Ningún humano, ni siquiera él, está hecho de una pieza ideológica. De inmediato expresa sus contradicciones más profundas.

—Tan sólo de momento… Ahora bien, y como la excepción confirma la regla, podría admitir que ganara Marine. Haría que las cosas volvieran a su cauce. Y conste que no tengo nada de extremista. Soy un liberal auténtico.

Horas después ha sucumbido a sucesivos chinchones secos, el licor de los buenos patriotas. Me revela su yo más oculto desde el punto de vista freudiano.

—A veces –balbucea– contrato a estrictas gobernantas para prácticas sadomasoquistas. Yo soy el sumiso. Mis favoritas llevan careta de Marine Le Pen o de Angela Merkel. Cuero y latigazos que grabo, para luego compartirlo en chats especializados.

En el fondo de su inconsciente le va la marcha con mujeres poderosas. Tal vez tuvo una niñez dominada por una madre intransigente.

Termina la noche totalmente borracho, cantando himnos totalitarios. Lo llevo hasta su casa en taxi, con la mala suerte de que conduce una mujer. Llora en mi hombro, desolado. Sus fantasmas le persiguen.
Por si acaso, rechazo su oferta de que subamos a tomar la penúltima. Nunca se sabe a qué abismos podría conducir el liberalismo de ultraderecha pervertido.

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